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El estrés y la conducta alimentaria

Experimentamos estrés cuando ocurre algo en nuestro interior o a nuestro alrededor que altera nuestro equilibrio. Entonces utilizamos tácticas para combatir el agente estresante y regresar a nuestro estado normal. El estrés puede ser interno, como al preocuparse por algo o disgustarse, o externo, como el causado por un examen o por el trabajo o por un asunto familiar… o determinadas situaciones sociales. Ya que el estrés forma parte de nuestra vida diaria, nuestro modo de alimentarnos bajo sus efectos puede afectar a nuestra alimentación y salud en general.

Pelear o escapar

Ante una amenaza, se desencadena automáticamente en el organismo una respuesta de “lucha o huída”. La descarga de adrenalina lleva sangre al cerebro, al corazón y a los músculos, lejos del sistema digestivo, para preparar nuestro cuerpo a escapar o pelear. Se cree que experimentamos este tipo de reacción incluso si la amenaza o agente estresante es psicológico o emocional, en lugar de físico. Este estado de alerta debería hacernos incapaces de comer e incluso provocarnos náuseas (1). Sin embargo, se ha descubierto que a algunas personas el estrés las incita a comer más (1). ¿Cómo se explica este fenómeno?

Las personas que están a régimen suelen comer más en situaciones de estrés

Hoy en día mucha gente está a dieta para adelgazar o “vigilar su peso”. Generalmente esto implica controlar el tipo y la cantidad de alimentos que se consumen. Estas personas además hacen caso omiso de las señales que les indican que tienen hambre para comer menos de lo que les gustaría. En otras palabras, restringen su alimentación. Las personas que comen en función de su apetito, no se imponen límites. Las investigaciones han demostrado en repetidas ocasiones que quienes limitan su alimentación tienden a comer más en respuesta al estrés, mientras que quienes no lo hacen suelen comer menos (2) y (3).

El estrés puede llevar a que quienes restringen su alimentación coman en exceso

El Dr. Paul Lattimore, experto en conducta alimentaria de la Universidad John Moores de Liverpool explica por qué las personas que están a régimen comen más en situaciones de estrés. “Estas personas dedican tanta energía a controlar sus señales biológicas que les quedan pocos recursos para enfrentarse a los problemas cotidianos. Por eso, cuando se estresan, pierden el control y si tienen comida a mano, la consumen. Además, están tan acostumbrados a no hacer caso a su cuerpo que ignoran o malinterpretan las señales relacionadas con la lucha o la huída”.

Estrategias para enfrentarse al estrés

En un estudio a gran escala realizado recientemente en Finlandia, se halló que el índice de masa corporal (relación entre el peso y la altura de las personas) es mayor en quienes comen en situaciones de estrés y que estas personas tienden a comer más alimentos como salchichas, hamburguesas, chocolate y pizza, si las comparamos con las demás personas (4). Al comer como respuesta al estrés, los intentos de controlar el peso de estas personas se ven abocados al fracaso; entonces, ¿qué solución se les puede ofrecer? El Dr. Lattimore, basándose en su experiencia en la prevención de la obesidad, ofrece algunos consejos. “En primer lugar, la persona debe saber qué tipo de situaciones la incitan a comer en exceso y a continuación debe idear formas alternativas de enfrentarse al estrés. Una solución ideal sería ir a dar un paseo, para cambiarnos las ideas y que además quema calorías, o llamar a un amigo/a y charlar para evadir la mente

Resumen

Las personas que comen cuando tienen hambre y dejan de comer cuando están saciadas están en sintonía con las señales biológicas de su organismo. En situaciones de estrés, estas personas no sienten hambre. Aquellas personas que ignoran sus señales biológicas deben ser conscientes de los factores emocionales y psicológicos que les llevan a visitar la nevera y deben poner en práctica tácticas para evitarlo. La respuesta al estrés muestra la importancia de utilizar enfoques para el control del peso que reduzcan la restricción alimentaria y de privilegiar el consumo de fruta y verdura (bajo contenido en calorías y muy nutritivos). Además estos alimentos diluyen la carga calórica ingerida durante los atracones.

Referencias

  1. Greeno CG &Wing RR (1994) Stress-induced eating. Psychological Bulletin 115: 444-464
  2. Lattimore P & Caswell N (2004) Differential effects of active and passive stress on food intake in restrained and unrestrained eaters. Appetite 42: 167-173
  3. Polivy J and Herman CP (1999) Distress and dieting: why do dieters overeat? International Journal of Eating Disorder 25: 153-164
  4. Laitinen J & Sovio U (2002) Stress-related eating and drinking behaviour and body mass index and predictors of this behaviour. Preventive Medicine 34: 29-39

Dieta y depresión. Como repercute la forma de alimentarse en el estado de ánimo


La dieta está relacionada con el equilibrio emocional e, incluso, con el riesgo de padecer depresión

La mayor parte de los estudios que relacionan la alimentación y el estado de ánimo están centrados en el papel de los distintos nutrientes por separado, en especial el de los ácidos grasos omega-3 y el de algunas vitaminas del grupo B, pero no tanto en el perfil general de consumo de alimentos. Un artículo publicado en noviembre de 2009 en la revista «British Journal of Psychiatry» pone de manifiesto que, entre la población de mediana edad, un patrón de consumo caracterizado por una ingesta elevada de alimentos procesados (con dietas ricas en azúcares y grasas) está más asociado con desequilibrios emocionales, e incluso cuadros de depresión, que otros patrones dietéticos diversificados y caracterizados por un mayor consumo de frutas, verduras y pescado. No es casualidad que estos alimentos sean portadores de nutrientes que equilibran el sistema nervioso y el tejido neuronal.

Nutrientes y bajo estado de ánimo

La correspondencia entre dieta y salud está desde hace tiempo muy bien asentada en la evidencia científica. Esta relación no solo hace referencia a las enfermedades somáticas (patología cardiovascular, diabetes, etc.), sino que engloba trastornos de índole psíquica, como la ansiedad, el estrés, el bajo estado anímico e, incluso, la depresión.

En los últimos años, se ha hecho especial énfasis en la importancia del aporte de determinados componentes de los alimentos por su asociación con el equilibrio en el plano emocional. Se han identificado las vitaminas del grupo B implicadas en el metabolismo de la homocisteína, como B6, B9 y B12, y los ácidos grasos omega-3, con un especial rol en el desarrollo de trastornos emocionales y síntomas depresivos.

El aporte adecuado de vitaminas B6, B9, B12 y ácidos grasos omega-3 equilibra las funciones del sistema nervioso y el tejido neuronal

Aunque esta asociación no se pueda obviar, recientes artículos publicados sobre esta materia inciden en la necesidad de realizar más estudios con el fin de establecer una relación causa-efecto clara. Al parecer, hasta la fecha, los resultados no son concluyentes como para poder hacer una recomendación directa a la población. Estas deficiencias se detectan en varias investigaciones, como la publicada en febrero de 2008 en «Nutrition», que puso en evidencia que una mayor ingesta dietética de folatos se asociaba con una menor prevalencia de síntomas depresivos entre la población masculina, pero no así entre las mujeres. Incluso otros estudios, como el publicado en agosto de 2008 en la revista «European Journal of Clinical Nutrition», no han encontrado vínculo entre el bajo consumo de estas vitaminas, los altos niveles de homocisteína y la depresión, en una población de 332 adultos sanos entre 70 y 90 años.

Con respecto a los ácidos grasos poliinsaturados omega-3, una revisión sobre esta materia publicada en marzo de 2010 en la revista «American Journal of Clinical Nutrition» concluye que resulta difícil realizar recomendaciones claras en cuanto al papel de estos nutrientes en la depresión, debido al carácter heterogéneo de las pruebas clínicas realizadas hasta la fecha. Parece ser que la actual evidencia apunta a un potencial efecto beneficioso de los omega-3 en pacientes con enfermedad depresiva diagnosticada, pero no así en el caso de individuos sin un diagnóstico previo.

El papel de la dieta en conjunto

Algunos autores han preferido estudiar el efecto de determinados patrones dietéticos detectados en su conjunto. En un artículo publicado en noviembre de 2009 en la revista «British Journal of Psychiatry», se estudiaron los hábitos dietéticos de 3.486 personas de mediana edad. En esencia, se identificaron dos patrones característicos: el primero, distinguido por una alimentación integral con un alto consumo de alimentos de origen vegetal y pescado; el segundo, caracterizado por un consumo importante de alimentos procesados (postres azucarados, chocolate, carne procesada, fritos, cereales refinados) y lácteos enteros. Después de 5 años, los participantes cumplimentaron un cuestionario con el fin de establecer los distintos grados de bajo estado de ánimo entre ellos. Los resultados fueron claros. Un perfil dietético caracterizado por un alto consumo de alimentos procesados supuso un factor de riesgo respecto a síntomas depresivos autopercibidos, mientras que el perfil de alimentación integral resultó protector.

Una alimentación abundante en alimentos procesados, grasos y azucarados, favorece el desarrollo de desequilibrios emocionales

Estos resultados podrían explicarse en virtud de la mayor riqueza en nutrientes de la alimentación integral: antioxidantes (también identificados en algunos estudios como protectores ante la depresión) de frutas y vegetales; folatos provenientes de las crucíferas (brócoli, coliflor, coles de Bruselas, etc.), vegetales de hoja (espinacas, acelga, etc.) y legumbres; y ácidos grasos omega-3 del pescado. Al mismo tiempo, los autores especulan con la posibilidad de que el resultado protector de este tipo de dieta radique en el efecto acumulativo y sinérgico del consumo de diversos nutrientes obtenidos de un mayor número de alimentos, más que del efecto atribuible a determinados nutrientes considerados de forma aislada.

TIPOS DE GRASA Y SALUD MENTAL

Recientes investigaciones apuntan que el tipo de grasa que se agrega a los alimentos podría tener un papel determinante en distintos aspectos de la salud mental.

Sin alejarse de la depresión, una investigación llevada a cabo entre la Universidad de Navarra y la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, publicada en la revista «PLoS One» (Public Library of Sciences One), aúna algunos de los determinantes nutricionales relacionados con las grasas y su relación con la depresión y con la enfermedad cardiovascular.

Los ácidos grasos trans tienen un perfil perjudicial, mientras que los ácidos grasos poliinsaturados y monoinsaturados son protectores para ambas dolencias. Tal y como señala Miguel Ángel Martínez González, coautor del estudio, de esta forma se vuelven a poner en valor las características inherentes a la dieta mediterránea, en cuanto a su riqueza en determinados ácidos grasos (mono y poliinsaturados), distintas a las de alimentos propios de una dieta más occidentalizada (trans y saturados).

Fuente: Web Consumer Eroski